Como ya les conté en alguna parte, estos canoniguitos no provienen de semillas, sino de un mazo orgánico que compré para preparar en ensalada. Estos los separé de sus parientes (que pasaron a formar parte de mí ;-)) porque estaban pequeñitos y tenían raíces. Los sembre en una cazuela vieja, en febrero, ya que resisten a la nieve y a las temperaturas bajo cero. Al principio fue sólo una prueba, ¿qué pasa si los siembro...?
Y dos meses después, en abril:
Se abrieron unas florecitas blancas, minúsculas, muy chulitas ellas.
Hago un paréntesis para hablar de lo que se ve al lado, nada más y nada menos que una "torre de patatas". La idea la saqué de aquí, en uno de mis delirios botánicos. La idea se resume a sembrar las patatas en el fondo de una torre e ir echando más y más tierra a medida que van brotando los tallos, obligando así a la planta a crecer a todo lo largo de la torre y, teóricamente, a producir patatas en todos los niveles...
¡Pura magia y milagro de la naturaleza!
Y en fondo de pantalla:
Los granos tenían además un olor muy agradable, que me recordaba los granos de café secos, sin tostar todavía. No sé si serían ideas mías, pero en todo caso olía a vida! Dos años después, todavía estoy comiendo de los decendientes de esta primera cosecha, y todavía me maravillo del milagro de la multiplicación de los canónigos...
Y de nuevo a las patatas, un poco decepcionada de la cosecha... Quizás hay que dejar huecos a todo lo largo de la torre, para que las patatas puedan salir a respirar. Vamos, en todo caso, la cosecha no se perdió!
¡Fueron las patatas que más he saboreado en mi vida!